Por Jorge Abascal Andrade
Lo conocí una tarde ya vieja. Yo estaba sentado en una banca de la alameda y él se acercó dubitativo, vestía un largo abrigo gris y una bufanda del mismo color, su ropa y todo él estaban casi sucios. Tenía un aspecto de flama tímida. Se sentó a mi lado y me pidió fuego. Le encendí un cigarro café. Me agradeció. Lo observaba cauteloso. De su abrigo sacó un libro maltratado, empezó a leerlo y a hacer anotaciones en los márgenes. A ratos miraba como atemorizado a todos lados esperando algo para después acabar viéndome a mí
-¿Le puedo ayudar?- le dije interesado por su aspecto peculiar y su mirada persistente.
-Ningún hombre puede ayudar a otro, la estrechez de la amistad se pierde en la negrura enorme del desconsolador hastío- me dijo y regresó la vista al libro.
-Ah chingá- dije para mis adentros- ¡un emisario del pasado!- y encendí un cigarro dudando si me iba o me quedaba. Me puse a revisar mentalmente mis lecturas tratando de identificar si la extraña respuesta era algún verso de Nervo o de Urbina.
En el parque, el instante se hizo largo, el sol se ocultaba dándole colores dorados a las hojas de los árboles. El viento sopló melancólico. En las bancas vecinas unos ancianos dormitaban o veían pasar, sin esperanza, las nalgas de alguna muchacha.
-¿Qué opina usted?- me dijo rascándose la barba
-Que es un poco pesimista su comentario-
-Un pesimista es un optimista informado -me dijo y esbozó una sonrisita de complicidad y regresó su atención al libro y a sus anotaciones.
Quedamos en silencio unos momentos.
-¿Vive por aquí? Nunca lo había visto- le dije intentando ver el título del libro pero su mano ocultaba casi todo la pasta, sólo alcancé a ver Manual de...
-No no, vivo del otro lado de la ciudad, vine a entregar un trabajo a J, el cuentista y me detuve a descansar y a revisar unos cánones.
-¿Al cuentista dice?
-Sí a él-
-A qué se dedica usted.
-Soy reparador de cuentos. Tengo un taller de compostura de historias, y también seleccionó epígrafes para los inicios denovelas o poesías -. El hombre tenía una extraña manía, cada vez que hablaba movía las cejas como expresándose también con ellas.
|- ¿Usted escribe verdad?- me dijo
-Sí, cómo lo supo.
-Tiene la mirada llena de horizontes de historias -me dijo viéndome fijamente- y continuó -su problema siempre han sido los diálogos ¿no es cierto?
Me levanté sorprendido intentando descubrir en el hombre alguna señal que me permitiera entender lo que él entendía. Como consciente de su poder, indiferente ante mi desconcierto, volvió, una vez más la vista al libro. Anotó algo, lo cerró y se levantó.
-Entonces es corrector- pregunté por decir algo e impedir que se fuera.
-No, fui corrector hace muchos años, mi trabajo es distinto, los andamiajes de las historias casi siempre necesitan una enderezada, cuando la estructura es frágil entro yo y la apuntalo, si está muy gastada o vieja la maquillo para que rejuvenezca, si es lenta le quito peso para que se vuelva ágil, Incluso me he convertido en ocasiones en personaje de algunos historias principalmente de cuentos y novelas, en la poesía no entro, ahí el personaje es el alma del creador. Yo redacté la carta a Felipe Montero al inicio de Aura.
-No entiendo, me sigue pareciendo trabajo de corrector.
-Yo me meto en las historias, lucho con el narrador, discuto con los personajes, si buscas con paciencia me encontrarás en muchos libros, casi siempre aparezco caminando o sentado en un parque. Este momento por ejemplo, esta situación, estamos en un cuento de J. vine a convencerte de que ya no escribas, que no regreses a tu casa a seguirlo intentando, vine a decirte que la historia acabó.
Fin
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