Por Mario Roldán
El pasado domingo, mientras asistía a mis obligaciones como buen cristiano, durante el sermón, el padre menciono de la “depravación” de la sociedad al justificar la homosexualidad como un fenómeno social, cuando “para los ojos de Dios” era algo ajeno a la naturaleza y a la dignidad humana.
Yo tenía entendido que “para los ojos de Dios” todos éramos iguales. Hoy en día la sexualidad se ha convertido en objeto de marketing, de morbo, e inclusive de inclusión social.
La sexualidad de los seres humanos se va construyendo mediante pautas sociales y culturales cada vez más alejadas de la reproducción, es decir, hoy en día la mayoría de las prácticas sexuales humanas no tienen como objetivo la descendencia. Por tanto, resulta evidente que la naturaleza no determina la conducta sexual.
Sin embargo, las concepciones universalistas y totalizadoras sobre sexualidad, basadas en un discurso biológico, han llevado a enraizar en nuestra cultura concepciones erróneas que nos impiden o retrasan el cuestionamiento de ésta. El retraso de este cuestionamiento no es más que una forma de no alterar el equilibrio, de forma que, las dudas o contradicciones se permiten cuando las fronteras del orden social se llenan de poros al necesitar reajustes por el cambio de intereses.
Hoy en día, occidente se encuentra inmerso en un sistema neocapitalista cuyo desarrollo se basa en el consumismo, un consumismo casi impulsivo que domina todos los ámbitos sociales, incluido el ámbito de la sexualidad. Un consumismo que se construye a partir del deseo y cuyo fin último es el sentimiento de placer que arrastra la consecución del mismo. El consumismo llevado al extremo sitúa ese placer por encima de la necesidad.
Esto hace que el deseo escape de cualquier lógica posible. El deseo está sujeto al cambio, es un producto social que ha sido modificado a lo largo de la historia. La estructura social lo construye y lo materializa; define los objetos de deseo dándole a éste una expresión colectiva, es decir, enseña el abanico de posibilidades en el que todas y todos nos movemos.
Los deseos provocan conflictos entre las personas y la sociedad, conflictos que pueden causar desequilibrios en la organización social. Por ello se nos delimita mediante algún tipo de normativa no sólo el campo de selección, sino también los procedimientos para satisfacerlos. Todo sistema social se fundamenta en normas que lo reproducen, lo que hace que toda estructura social deba salvaguardar el equilibrio y evitar el caos. Para ello, la estructura gestiona la distribución de los recursos tanto económicos. Acumulación de riqueza y generación de trabajo, que causan desigualdades como la extrema riqueza y la extrema pobreza.
En la sexualidad también existe el deseo, el deseo erótico, un producto medido por cada cultura de manera diferente. Éste deseo también aparece sometido normas que la dotan de un carácter universal, ya que en todas partes se encuentra regulada, y conservador, porque constituye un elemento fundamental en la reproducción del orden social vigente, porque indica las condiciones en que tales relaciones pueden darse sin alterar el orden. La sexualidad te indica cómo alcanzar el placer erótico.
Hoy en día nos encontramos en una etapa de transición, una etapa en que la organización mundial está cambiando, en que las fronteras de la estructuras occidentales se permeabilizan, en que conviven las contradicciones de los discursos que las construyen y, por tanto, se muestran cuestionables. Nos encontramos en un momento ideal para no resistirnos a este cambio, para no cegarnos ante nuestras propias contradicciones y para modelar una mejor manera de ordenar nuestro sistema que nos amplíe el grado de libertad y, por ende, aumente nuestros momentos de felicidad. Es un momento ideal para acercar la organización social al respeto por nosotros mismos y por los demás.
“Lo personal es político” y resistirse a esta idea es situarse en la sumisión extrema, en el abandono del sujeto y la aceptación del objeto, en el abandono de tu vida y la aceptación de ser un mero instrumento. Es decir, es reforzar la separación de algo que va unido y forma parte de un todo y que, a mi parecer, no es necesario esconder o separar si lo que deseamos en un mayor bienestar.
Para cerrar mi idea, el hombre es un ser sexual y social, y por lo cual sistemas basados en el individualismo y “éxito personal”, solo llevan al humano a encasillarse en estéreo tipos en mentalidades de “debo ser”, que nos llevan a juzgar y partir cada vez en pedazos más pequeños esta sociedad. Hay que ser y dejar ser…
Bien camarada, me parece una buena reflexión.
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